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31
Ago

LA TIENDA DE ULTRAMARINOS DE MI TIO PASCUAL


EL BACALAO

Hacia mediados de los setenta. El camión algo destartalado paraba enfrente de la tienda de ultramarinos de mi tío Pascual. El repartidor, curtido, de andares desproporcionados, con una visera y medio cigarrillo en su boca abría la portezuela trasera de la caja del camión y sacaba un paquete grande y pesado que cargaba en su hombro. Con poco cuidado lo dejaba caer sobre el suelo de la tienda, con displicencia, como si no tuviese ningún valor. El golpe seco sobre el piso hacía que el ambiente se llenara de un intenso olor a sal marina, a pescado secado al aire en alguna fría y lejana sierra.

Nos apresurábamos a desatar las cuerdas de esparto para liberar las grandes, enormes bacaladas como nunca más las he vuelto a ver. Pescados en las lejanas tierras de Feroe, en Islandia, tenían unos lomos de hasta casi diez centímetros de grosor y que rápidamente poníamos en el escaparate para reclamo de las compradoras, de las amas de casa que esperaban la temporada para hacer con aquel bacalao, tierno, sabrosísimo y delicado las delicias de los mejores paladares.

Disfrutábamos regateando con ellas cuando solo querían las partes más gruesas y había que decirles que todo había que venderlo. Y también protestaban porque el papel en el que se pesaba en la báscula era de estraza y decían que les cobrábamos el envoltorio a precio de bacalao.

Nos gustaba tanto que las partes más finas, las más saladas nos las comíamos crudas, en tiras bien alargadas. Entre clienta y clienta  nos fumábamos un “celtas corto” imaginándonos donde estaba aquella parte del mundo que se llamaba Islas Feroe.

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29
Ago

ALBERTO FORNOS “IN MEMORIAN”

Habíamos nacido el mismo día, aunque de distinto año; Alberto era veinticinco años mayor. Quizá esa fuera una de las razones por las que desde que nos conocimos tuviera hacia mí una especie de apadrinamiento especial. Durante las muchas horas que pasamos juntos, sobre todo en los viajes, siempre me enseñaba y me daba consejos sobre comunicación que él denominaba relaciones públicas. Alberto fue, en muchos sentidos, mi mentor, mi profesor particular del que siempre aprendí tanto que nunca lo podré olvidar.

Alberto Fornos fue el relaciones públicas de Bodegas Torres durante muchos años y en el seno de esta modélica bodega desarrolló un estilo de hacer las cosas que ha sido y lo sigue siendo, ejemplo de muchos y entre los que me encuentro.

Desde mi punto de vista, y sé que coincide con el de muchos profesionales de la comunicación del mundo del vino y de la gastronomía en España, Alberto (tío Alberto para muchos evocando la canción de Serrat), se inventó la comunicación y las relaciones públicas del sector. Nadie como él manejaba la base de datos de la prensa, tanto nacional como internacional del mundo del vino. Sin duda, la más completa de cuantas, al menos yo, he conocido. A continuación va un listado de los colegas que me presentó a lo largo de nuestra larga amistad.

De entre los que ya no están con nosotros tuve el placer de compartir junto con Fornos mesa, conversaciones y opiniones con toda esta generación de maestros de la gastronomía: Nestor Luján, Xavier Domingo, Eugenio Domingo, Feliciano Fidalgo, Joaquín Merino, Manuel Vazquez Montalbán, Andreu Parra, Jordi Estadella, Luis Bettónica  y Lorenzo Millo.

También con Jaume Fábrega, José Carlos Capel, Paco López Canís, Francisco González Ledesma, Rafael Ansón, Pere Tapies, Antonio Vergara, Gonzalo Sol, María Jesús Gil de Antuñano, Lorenzo Díaz, Mauricio Wiesenthal, Miguel Sen, José Manuel Vilabella, Eufrasio Sánchez, Guillermina Botaya, Paz Ivisón, Carlos Delgado, Ernesto Portuondo, Pepe Barrena, Ana Lorente, Ana de Letamendía, Tere Gallimó, Mikel Zeberio, Mikel Corcuera, Bartolomé Vergara, Anuchina Postigo, Mario Hernández, Ramón Francas, Carmen Casas,  Mayte Díez, Alfredo Peris, Rodri Mestre, Cristino Álvarez, José Peñín, Maricar de la Sierra, Ana Marcos, Antonio Ivorra, Andrés Proensa, José María Iñigo, Luis Díaz Güell, Carmen Pascual, Pau Arenós, Xavier Agulló, Javier Pérez Andrés, Natalia Bettónica,   y muchos que a buen seguro me dejo y que me disculpen por el olvido. Casi medio centenar de primeros espadas  de la gastronomía y su comunicación que son, han sido y fueron la referencia ineludible de la prensa del sector. Obviamente hay muchos más, pero estos fueron los que gracias a Fornos conocí con el transcurrir de los años.

En cierta ocasión lo invité a que diera una charla en la Base Aérea de Zaragoza, en el sector americano y que él completó con una cata de brandis de la Casa. No recuerdo cuántos pero al menos hablaba siete idiomas, por lo que tanto la charla sobre la comunicación del mundo del vino como la cata las hizo en un perfecto inglés. A cambio una cazadora auténtica de piloto de vuelo americano que incluso se la ponía en su casa con un simulador de vuelo con el que jugaba. Pasados sus sesenta años seguía haciéndolo. Delicioso.

En su intervención volvió a decir, una vez más, que en el tipo de puestos como el suyo la empresa en la que se trabaja es esencial, especialmente cuando ésta es grande, como es el caso de Bodegas Torres. Así la fidelidad por la empresa y el respeto por sus directivos son  básicos para que el respeto en todos los sentidos sea una constante. Él lo fue. Fue respetuoso, trabajador incansable, alegre, vitalista como pocos, nunca un mal gesto con nadie.

Hay un episodio curioso en la vida de Fornos. Antes de entrar en Bodegas Torres, hace muchísimos años, colaboró con la extinta “Radio Liberty” que emitía hacia la Unión Soviética desde la playa de Pals en Cataluña, financiada por la CIA norteamericana. Recuerdo cómo lo contaba, entre lo divertido y  lo curioso, aportándole buenas dosis de aprendizaje del idioma y de las comunicaciones. No fue mucho tiempo, creo, el que colaboró con esta emisora, pero lo comentaba a menudo pues debieron ser pocos los españoles que allí trabajaron.

En todo caso su vida estuvo ligada intensamente a la familia Torres. Innumerables fueron las anécdotas, experiencias, viajes y situaciones de todo tipo las que vivió con Miguel Torres Carbó (padre de Miguel Agustín Torres y abuelo de Miguel Torres Maczassek) que dirigió y presidió la bodega hasta algunos años antes de su fallecimiento en el año 1991. Puede parecer exagerado pero durante años después de la muerte del señor Torres, cada vez que coincidiendo con alguna visita de clientes o periodistas a la bodega veíamos juntos el vídeo corporativo  en que aparecían imágenes del que fuera presidente, Fornos me decía como se habían grabado y cómo él mismo había seleccionado la música que contextualizaba aquellas imágenes postreras del presidente Torres. Y a Fornos se le rasgaban los ojos. Me contaba casi de una forma íntima como el abuelo Torres, en cierta ocasión en un gesto absolutamente inusual e inesperado, un tiempo antes de su triste pérdida, lo llamó a su despacho y le dio un tremendo abrazo de gratitud y fraternidad, algo que Alberto relataba entre la sorpresa y el orgullo al mismo tiempo.

Inolvidables las jornadas de las setas en la comarca del Berguedá; durante tres días la camaradería y el intercambio de información y porque no decirlo, también de algunos negocios entre los colegas, eran una constante. Ya se han cumplido 25 años desde las primeras jornadas de setas y Torres. Primero Albert Puig y luego Vinyet Almirall las siguen desarrollando con suma profesionalidad defendiendo en todo momento los intereses de la empresa Torres. Seguramente esta acción, la de las setas, junto a otro invento de Alberto, “aprenda con los maestros”, hayan sido, al menos para mí lo fueron, el gran escenario en el que todos nos conocimos en algún momento de nuestra trayectoria.

Alberto falleció en diciembre del año pasado, del 2011, el día 10 poco antes de las navidades. Pocos nos enteramos del deceso. Yo esperaba con extrañeza de no recibirla su respuesta a un correo electrónico que ya nunca llegará. Muchos supimos de su pérdida en la Alimentaria en Barcelona de marzo de 2012.

Me acuerdo muchísimo de Alberto Fornos, de sus consejos, de su generosidad, de su forma de hacer las cosas. Siempre te recordaré querido maestro. Tu vitalidad, fortaleza de espíritu, genialidad, inteligencia y viveza ante las situaciones han sido y siguen siendo ejemplo para el quehacer diario.

Descansa en paz, amigo mío.

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28
Ago

Vídeos realizados en Colombia

Recetas de cocina colombiana. Con Leonor Espinosa

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27
Ago

Las naranjas hechas arte

El aguardiente más amable de nombre francés se elabora con las mejores naranjas que se subliman en el más famoso licor del mundo de cuerpo dulce y alma intensa que no ha perdido ni un ápice de modernidad

Había licores y aguardientes que, se vendieran mucho o poco en aquella tienda familiar que me vio nacer, siempre formaban parte de los pedidos de inauguración de los establecimientos de moda. Luego las veías evolucionar en las estanterías detrás de  la barra, el camarero las limpiaba una y otra vez y parecían siempre lustrosas, pero las etiquetas y el paso del tiempo hacían mella sobre ellas y amarilleaban en su anaquel.

Licor 43, Calisay, Chartreuse verde y amarillo, Estomacal Bonet, Aromas de Montserrat, Izarra eran insustituibles junto a otros que sin llegar a ser líderes de ventas aportaban siempre un tono de color como el anís del Clavel, el vermut Cinzano el Triple Seco o el Grand Marnier, que de todos iremos hablando. De entre todos ellos destacaba siempre el Cointreau; esta es su historia.

En 1849, dos miembros de la familia Cointreau, Adolphe y Edouard-Jean, famosos maestros pasteleros, constituyeron una destilería en Angers, región francesa de Países del Loira, en el que producían licores con las frutas de la región. Edouard Cointreau, hijo de Edouard-Jean, destiló un licor a partir de cáscara de naranjas dulces y amargas, con un alto grado de cristalinidad. Este licor, que se llamó  Cointreau, se produce desde entonces en base a una receta secreta que ha permanecido inalterable desde hace 150 años.  

Esta perfecta combinación se consigue a través de la recogida naranjas de variedades y procedencias distintas, tanto amargas, con un tono verde dorado, como dulces, de un naranja intenso. Las cáscaras se secan al sol, se dejan macerar y, finalmente, pasan por un proceso de destilación en unos alambiques de cobre en los que se extrae cada gota de esta esencia. Combinado con los otros ingredientes: alcohol (40%), azúcar y agua, se forma este licor equilibrado, intenso y suave, cálido y refrescante, dulce y amargo, que no deja indiferente a nadie.

Tradicionalmente esta bebida se tomaba en los postres, después del café o como bebida digestiva pero, años después se convirtió  en  el triple seco más utilizado en la composición de cócteles tan conocidos, como el Margarita, el Cosmopolitan y el Sidecar.

Ya desde el comienzo de su creación se diseñó la característica botella Cointreau,  cuadrada y de color ámbar, una composición que rompía radicalmente con las clásicas botellas de aquellos tiempos, y que ha sido uno de los distintivos para la compañía desde entonces.

Esta exitosa marca se fue abriendo paso y ya, a principios del siglo XX, se vendían 800,000 botellas de Cointreau al año, llegando incluso a  Estados Unidos, Canadá y Latinoamérica.

En sus primeros años de historia Pierrot, un divertido payaso francés, se convirtió en el personaje más simbólico de la imagen de la marca. El famoso artista del cartel Nicolás Tamago fue el artífice de tal composición. Un año después Edouard Cointreau lanza la primera película publicitaria, protagonizada por el famoso Pierrot. 

En los años 60 James Bond fue el elegido para representar a la marca en su publicidad. Quién no recuerda el divertido slogan en las campañas de Cointreau de esos años: “Voulez-vous avec moi Cointreau?”.

Años después Cointreau inauguró en Francia el “Be Cointreauversial” de la campaña. Este concepto buscaba que las mujeres se expresaran por sí mismas, y que eligieran todas las combinaciones que ellas quisieran al beber Cointreau, como cóctel o como combinado, sin preocuparse de las opiniones del resto.

En el año 2010 Dita von Teese, embajadora de la marca desde 2007,  abre el primer Cointreau Privé, una coctelería efímera en el corazón de Montmartre, en París.

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