Repugnancias 2
Luz Marina Vélez Jiménez
“Los perros se convertían en mascotas tan queridas,
que sus amas de cría los amamantaban con su leche”.
Marvin Harris.
Así como cada cultura está convencida de ser la más original y consistente, lo está también de que su cocina es la mejor y de que sus opciones alimentarias son incuestionables. Las serpientes y las cucarachas sibilantes en Madagascar, los cerdos en Nueva Guinea, los terneros en África, los caballos en Estados Unidos, y los perros en China, entre otros animales considerados como mascotas, hacen parte de la dieta de quienes los alimentan, acarician, adornan, besuquean y cuidan como a miembros de su familia. Según Marvin Harris, lo que elimina a estas especies de la dieta óptima de otras culturas no es que sean mascotas, sino la abundancia a su alrededor de especies rumiantes, mejor calificadas para incluirlas.
Un animal que se considere comestible no puede lanzarse a los abismos de la abominación ni elevarse al “privilegio” de convertirse en mascota; estos extremos quedan reservados a la carne prohibida; pero eso no quiere decir que no se coman determinados animales porque sean mascotas. Esta condición (animal domesticado que se cría por placer y no por utilidad) nunca es un factor independiente de los hábitos alimentarios; está supeditada a cómo encaje en el sistema alimentario de cada cultura. Aunque se les ha permitido compartir la intimidad de sus amos, las mascotas han sido igualmente sacrificadas y consumidas por estos.
Los occidentales que se abstienen de comer perros, no lo hacen porque sean sus mascotas favoritas, sino porque, al ser carnívoros, su carne es ineficaz. En cambio, las culturas comedoras de cánidos carecen de fuentes alternativas de alimentos animales. En China, por ejemplo, un restaurante utiliza, en promedio, 30 perros diarios en la preparación de sus platos. Los polinesios aprecian la carne de perro alimentado con pescado y pasta de verduras, un manjar que comparten con los dioses. Los hawaianos consideran como los más sabrosos a los perros amamantados con leche humana, su carne es un lujo; con ellos pagan rentas y oráculos, y con sus colmillos machihembrados decoran las bocas de sus ídolos. La carne de perro con fines culinarios ha resultado muy atractiva también para muchos pueblos nativos norteamericanos; de manera similar sucedía en el México precolombino, cuyos pobladores fueron célebres, además, por su afición a la carne humana.
Todavía hoy, en mataderos, mercados, cocinas y comedores, un animal carnívoro, el hombre, busca el sabor dulce de un animal totémico: hígado y paleta de perro hervidos, budín de perro con maníes grillados, sangre de perro en guiso, muslos de perro al vapor y brochetas de perro sazonadas con rieng abren, para algunos, el camino a los manjares, mientras que crispan el rostro de otros e, inevitablemente, anudan sus estómagos.
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