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Nov

Agricultura

Luz Marina Vélez Jiménez

 

Los deltas de los ríos del sureste asiático,
propuestos como escenarios de las primeras
prácticas agrícolas en el mundo, eran mares de arroz salvaje.

Reed

 

Del Paleolítico a la Posmodernidad, la superposición de logros humanos tiene que ver con la comestibilidad de la tierra. Desde esta perspectiva, bien pudiera decirse que una acepción de civilización ―“convertir en”― es intervenir el curso de la evolución mediante la manipulación telúrica: una revolución del Neolítico que propició acciones como las de revolver, regar y fertilizar la tierra; desyerbar y exterminar depredadores; zanjar y cercar los terrenos; desviar los cursos del agua; clasificar, sembrar, cuidar y cosechar semillas. Formas, todas, que trascendieron la depredación y la recolección, alternativas para la realización de lo humano.

Agricultura-ecológica

Glaciaciones, desertizaciones, sentido de supervivencia, abundancia, reserva de energía, necesidad de excedentes, experimentación con plantas, ritos de fertilidad, convivencia festiva, aumento de la población, casualidad o coevolución entre humanos y plantas son, entre otras, explicaciones al origen de la agricultura ―agri: campo, cultura: cuidado, cultivo―.

En los diez mil años de domesticación de cereales, frutas, hortalizas, leguminosas, pastos y forrajes se narran las relaciones de los hombres con la biota, la historia de las variedades y las cantidades en las dietas alimenticias humanas, la huella ecológica de los esplendores y los horrores de la obtención y la distribución de los alimentos.

Asentarse en un campo como poblador, controlarlo a voluntad, legitimar en él técnicas y tradiciones, hacerlo patria, mantener gente que no contribuye directamente al hacer agrícola, conservar, participar de la economía, ha implicado desde el principio una doble posibilidad: la de salvaguardar la biodiversidad y la de desatender las claves de la naturaleza.

Trigo, maíz, arroz, mijo y cebada ―gramíneas―, mandioca, yuca, tapioca y remolacha―raíces―,y patata, papa, ñame y colocasia―tubérculos― son maravillas de la naturaleza que, desde la agronomía primitiva, dan cuenta del rigor con el que el hombre ha dominado cada ecosistema, constituyen el mayor porcentaje de los alimentos básicos en una canasta familiar y potencian la fuerza de la agricultura en la economía mundial. Como agentes del proceso civilizatorio, hacen parte de un ideal de progreso que aún se espera y de la revelación ―apocalipsis― de que la muerte es una vida vivida y la vida es una muerte que viene, como lo escribió Borges.

Salvaguardadas en el banco de semillas de Svalbard-Groenlandia, la bóveda del fin del mundo ―una cámara impermeable a terremotos, irradiaciones, actividades volcánicas y aumentos del nivel del mar―,aquellas semillas parecieran esperar su germinación poscatástrofe. Una imagen que evoca a Vázquez Montalván advirtiendo que el trigo en espiga abre a los iniciados la puerta del reino de los muertos y, al mismo tiempo, dispuesta a renacer como el grano que germina, les revela los misterios que presiden la vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Categoría: Expertos invitados, La opinión de los expertos

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